domingo, 5 de mayo de 2013

Mamá.

Hoy, 5 de mayo. Ese día tan especial para millones de mujeres que ha vivido la maravillosa experiencia de ser madre. Ellas declaran que tener un hijo es un regalo. Pero, ¿qué opinamos nosotros? Creo que pocas veces nos han preguntado lo qué significa para nosotros tenerlas en nuestras vidas, así que ¿por qué no explicarlo ahora? Yo voy a intentarlo, porque la verdad es que es difícil expresar.

Buenos días mamá, sé que ahora mismo estarás pensando que me he olvidado de este día, pero te equivocas. Lo primero de todo felicidades, espero que disfrutes de este día o por lo menos lo intentes. Sé que muchas veces te sacamos de quicio, te enfadamos y, en mi caso, te decepcionamos bastante, pero por encima de todo eso, te queremos. Has estado ahí en las buenas y en las malas, apoyándome y dándome consejos, que muchas veces no he aceptado, pensando que tan solo querías que lo hiciese todo a tu gusto, pero ahora me doy cuenta de que siempre lo haces todo por nuestro bien.
Los últimos años han sido duros y creo que estos últimos meses bastante, no quería aceptar que tenía un problema, me encerré en mi misma y no quería ver nada más allá de lo que mi cabeza me decía. Pensaba que todo estaba en contra mía, que nadie me entendía y que lo que estaba haciendo, era lo correcto, pero me equivoqué en todo. Cuando por fin me di cuenta de lo que pasaba, cuando me abrieron los ojos se me vino todo encima, no sabía de donde iba a sacar las fuerzas para salir de todo aquello y al final, todo está donde menos te lo esperas. Día a día, sin que yo me diera cuenta, me dabas toda esa fuerza que necesitaba hasta que conseguí salir. Y te tengo que dar las gracias, por eso y por muchas más cosas. Y es que el día que me faltes no sé como saldré adelante, ni como encarrilarme de nuevo. Pero sobre todo, lo que de verdad me gustaría que hicieses hoy es que recordases todo lo que te queremos y todo lo que nos haces falta. ¿Quién necesita un príncipe azul teniendo a una reina así en casa? Que solo te falta la corona. Que sin ti nada mamá. Te quiero.

martes, 16 de abril de 2013

Empecemos con un para siempre.

Capítulo 8:

El entrenamiento ha acabado y todo el equipo se encuentra en el vestuario. Los más atareados deciden ducharse en casa y salen a toda prisa del polideportivo, los demás se toman su tiempo en asearse, charlan alegremente los unos con los otros y llegan a lanzarse algún que otro bote de gel. Lo que está claro es que las risas no faltan y, al fin y al cabo, es normal. Están en la edad de divertirse, de andar despreocupados, de reír, de ser felices.
-¡Ey, Àlex! Mañana vamos a quedar para echar un partido amistoso entre nosotros, ¿te apuntas?- Àlex, que estaba de espaldas al resto secándose el pelo, se gira hacia el grupo y les sonríe. -No sé si podré, tengo un examen de historia el jueves...- Todos le miran casi amenazantes y el muchacho no puede evitar reirse.- Vale, vale, haré un hueco. ¿A qué hora y dónde es?- La expresión de sus compañeros ha cambiado por completo, ahora muestran satisfacción. -En la cancha del instituto, a las cinco.- Álex les hace el gesto de OK mientras sale del vestuario con su bolsa de deporte al hombro.
Como siempre, sus fieles compañeros, el MP3 y los cascos, le acompañan en sus idas y venidas de las clases y los entrenamientos. Mira el reloj. Las siete y media. Su madre debe de haber llegado ya a casa. Acelera un poco el paso pero, casi al instante, tiene que detenerse. Un intenso dolor en el pecho hace que tenga que apoyarse en la valla del vecino. Empieza a toser y un sabor metálico inunda su boca. Cuando retira su mano de delante de los labios una sensación de pánico le abate. Un charco de sangre mancha su palma. Se siente desfallecer. Una sensación de asfixia se aposenta en su garganta y apenas consigue articular palabra. Se deja caer resbalando por la valla, se queda sentado en el suelo en medio de la calle.
Su instinto ha fallado y su madre acaba de aparcar el coche delante de la acera. Se inclina hacia el asiento del copiloto y coge su bolso. Abre la puerta y sale del vehículo. Respira hondo intentando evadirse del estrés que aquella mañana le ha acarreado. Se dirige a la puerta de entrada, cuando instintivamente echa un vistazo a todo lo largo de la calle y entonces, lo ve allí, tendido en el suelo. Deja caer las llaves en el porche. -¡Àlex!- Corre hacia su hijo aterrada. Sus gritos alertan a los vecinos y al poco tiempo llega una ambulancia. El personal de emergencia se apresura en ponerle una vía y administrarle los medicamentos necesarios y en ponerle una máscara de oxígeno.
Son las siete y media de la tarde. Àlex aún está en urgencias, concretamente en el box. Le han hecho varias radiografías, un tac y una resonancia, aparte de varios análisis de sangre y una prueba de capacidad pulmonar. Se siente raro y confuso. No entiende lo que le ha pasado. Su madre merodea por los alrededores. No puede estar quieta. Camina de un lado para otro, en busca del médico que pueda traer los resultados de las pruebas y explicarle que le ha pasado a su hijo. El terror y el pánico están empezando a apoderarse de ella, pero aguanta, lo retiene dentro. Intenta aparentar la misma fortaleza que ha tenido siempre, pero todo aquello es muy duro.
Las enfermeras pasan veloces por delante de las cortinas del box. Parcen atareadas. Caminan con prisa llevando consigo informes, resultados de pruebas, carritos metálicos que transportan varios utensilios de curas y, que al arrastrarlo por aquel pasillo emite un desagradable estruendo metálico.
Los pasillos enmudecen. Un silencio casi insoportable que solo se rompe cuando unos pasos resuenan al final de las cortinas. Al poco tiempo un hombre uniformado con una bata blanca y expresión severa entra en el cubículo en el que madre e hijo esperan impacientes alguna noticia.
-Buenos días- El médico recién llegado tiene la voz muy grave, casi de ultratumba. -Ya tenemos los resultados de las pruebas y, lamento decirles, que no tienen buena pinta...- La expresión con la que había irrumpido hace unos segundos en la sala había cambiado totalmente. Ahora parecía sentir compasión y pena por aquel muchacho que se hallaba tumbado en la camilla y que no puede hacerse una idea de todo lo que se le viene encima y es que, a partir de aquel día, su vida cambiaría para siempre.
-Co... ¿Cómo que no tiene buena pinta? ¡¿Qué le pasa a mi hijo?!- Aquella mujer que había superado tantos obtstáculos sin ni si quiera inmutarse, ahora está rota de dolor, sus gritos ahogados entre lágrimas son capaces de desgarrar el corazón de cualquiera.
-¿Puede salir un momento? Necesito hablar en privado con usted...- El médico se retira y se aleja de aquel rincón. La madre del muchacho le sigue.
-Las pruebas que le hemos hecho a su hijo indican que...- Aquel hombre que parece veterano en su trabajo aún tiene que respirar bien profundo y coger el aire suficiente para dar una noticia como la que tiene que dar. - Tiene un tumor en el pulmón izquierdo...- Y así como el aire había llenado por completo sus pulmones antes de pronunciar aquella frase, que duele como cien mil puñales, ahora sale de golpe en forma de suspiro. Las lágrimas cálidas y con un sabor muy amargo esta vez, ruedan por las mejillas de aquella mujer que no acaba de entender por qué le tiene que pasar a su hijo y no a otro. Pero lo peor no es eso, lo peor es cómo iba a decírselo a su hijo, a su pequeño Àlex, que ahora parece tan frágil e inofensibo sobre aquella camilla de hospital, un hospital donde pasaría muchas, muchas noches.

viernes, 29 de marzo de 2013

Empecemos con un para siempre.

Capítulo 7:

Cinco y media de la tarde, ya es invierno, el frío, que era ya muy intenso en otoño, se había vuelto casi insoportable, prácticamente obligaba a quedarse en casa para no enfermar.
Más de una decena de chicos corren por el césped sintético del campo de fútbol, entre ellos Àlex, ya está completamente integrado y ha formado un pequeño grupo de amigos dentro del equipo.
-Eh Àlex, muy guapa tu chica.- Un amigo suyo se le acerca mientras estiran y le da una palmada en la espalda. Él sonríe y asiente. Se escuchan carcajadas de fondo y se gira. Allí estaba ella, en las gradas, cada día más hermosa, irradiando alegría. En esta ocasión le acompaña una de sus amigas, Sandra. Una chica de la misma edad que María, más bien alta, de cuerpo atlético, su cabello de color oscuro cae sobre sus hombros formando pequeñas hondas y tirabuzones. Sus gafas de pasta de color negro le daban un aire muy intelectual, de hecho, lo era. Ambas visten vaqueros ajustados y sudadera. Bromean y ríen entre ellas, llevan una cámara de fotos frente a la que posan poniendo muecas y caras extrañas.
Pero las risas no duran mucho, María se acerca a su amiga susurrándole algo, Sandra abre los ojo como platos, la mira desconcertada y no sabe que decir. -Pero, María, ¿cuándo piensas irte?- Ella resopla. -Este fin de semana.- Mira hacia al campo. -No puedes hacer esto. ¿Qué pasa con Àlex, lo vas a dejar?- La muchacha salta a la defensiva. -¡A ver, que yo no quiero irme! Me obliga mi madre, quiere que le vea...- Resopla y camina hacia la salida, su amiga la sigue y salen del recinto.
Después de un tiempo con Àlex, ella decidió volver a casa y hablar las cosas con su madre, pero lo que no sabía era que eso era el comienzo de la peor etapa de su vida.
Las dos chicas caminan hasta llegar a la casa de María, ella se detiene frente a la puerta, introduce la llave en la cerradura, la gira una vez y se oye un sonido metálico, la puerta se abre y entran. La casa está vacía, están solas. Deciden subir a la habitación. Sandra se echa boca arriba en la cama, coge un pequeño cojín y la aprieta contra su pecho. Mira a su amiga que se sienta en la silla que hay delante del escritorio. Ha cogido la guitarra y coloca sus dedos delicadamente sobre el mástil. Su otra mano se desliza sobre las cuerdas dejando varios acordes en el aire. Ninguna de las dos habla. Las dos permanecen en silencio. No se han dirigido ni una palabra desde la conversación que tuvieron en el campo de fútbol.
María está como ida. Tiene la mirada perdida y está como apagada, triste, muy melancólica. Lo único que se le pasa por la cabeza ahora es Àlex. ¿Cómo se lo va a decir? No quiere separarse de él hora que todo iba bien. Siente rabia, impotencia. Como si alguien o algo estuviera empeñado en no dejarla ser feliz.
Sandra decide romper el silencio. -Sabes que tarde o temprano tendrás que decírselo, ¿verdad?- María deja la guitarra y cruza las piernas. Resopla. -Si, lo sé, pero no es fácil, ¿cómo se lo digo? ¿Cómo le digo que me voy y que no sé ni si quiera si voy a volver?- Su voz se entrecorta y sus ojos se humedecen, se los limpia delicadamente con el dorso de la mano dejando en el aire un perfume inconfundible, salado y amargo a la vez, el olor de las lágrimas, unas lágrimas que María jamás dejaría caer en presencia de su amiga, es demasiado orgullosa, aunque quizá sea el momento idóneo para dejar a un lado el orgullo.
-Tienes que afrontarlo, sé que es difícil pero no puedes irte sin decirle nada, le dejarías destrozado.- Sandra se ha incorporado y ahora mira a su amiga sentada al borde de la cama. Esta la mira con cierta ausencia y, por primera vez en mucho tiempo rompe a llorar delante de su compañera.