martes, 16 de abril de 2013

Empecemos con un para siempre.

Capítulo 8:

El entrenamiento ha acabado y todo el equipo se encuentra en el vestuario. Los más atareados deciden ducharse en casa y salen a toda prisa del polideportivo, los demás se toman su tiempo en asearse, charlan alegremente los unos con los otros y llegan a lanzarse algún que otro bote de gel. Lo que está claro es que las risas no faltan y, al fin y al cabo, es normal. Están en la edad de divertirse, de andar despreocupados, de reír, de ser felices.
-¡Ey, Àlex! Mañana vamos a quedar para echar un partido amistoso entre nosotros, ¿te apuntas?- Àlex, que estaba de espaldas al resto secándose el pelo, se gira hacia el grupo y les sonríe. -No sé si podré, tengo un examen de historia el jueves...- Todos le miran casi amenazantes y el muchacho no puede evitar reirse.- Vale, vale, haré un hueco. ¿A qué hora y dónde es?- La expresión de sus compañeros ha cambiado por completo, ahora muestran satisfacción. -En la cancha del instituto, a las cinco.- Álex les hace el gesto de OK mientras sale del vestuario con su bolsa de deporte al hombro.
Como siempre, sus fieles compañeros, el MP3 y los cascos, le acompañan en sus idas y venidas de las clases y los entrenamientos. Mira el reloj. Las siete y media. Su madre debe de haber llegado ya a casa. Acelera un poco el paso pero, casi al instante, tiene que detenerse. Un intenso dolor en el pecho hace que tenga que apoyarse en la valla del vecino. Empieza a toser y un sabor metálico inunda su boca. Cuando retira su mano de delante de los labios una sensación de pánico le abate. Un charco de sangre mancha su palma. Se siente desfallecer. Una sensación de asfixia se aposenta en su garganta y apenas consigue articular palabra. Se deja caer resbalando por la valla, se queda sentado en el suelo en medio de la calle.
Su instinto ha fallado y su madre acaba de aparcar el coche delante de la acera. Se inclina hacia el asiento del copiloto y coge su bolso. Abre la puerta y sale del vehículo. Respira hondo intentando evadirse del estrés que aquella mañana le ha acarreado. Se dirige a la puerta de entrada, cuando instintivamente echa un vistazo a todo lo largo de la calle y entonces, lo ve allí, tendido en el suelo. Deja caer las llaves en el porche. -¡Àlex!- Corre hacia su hijo aterrada. Sus gritos alertan a los vecinos y al poco tiempo llega una ambulancia. El personal de emergencia se apresura en ponerle una vía y administrarle los medicamentos necesarios y en ponerle una máscara de oxígeno.
Son las siete y media de la tarde. Àlex aún está en urgencias, concretamente en el box. Le han hecho varias radiografías, un tac y una resonancia, aparte de varios análisis de sangre y una prueba de capacidad pulmonar. Se siente raro y confuso. No entiende lo que le ha pasado. Su madre merodea por los alrededores. No puede estar quieta. Camina de un lado para otro, en busca del médico que pueda traer los resultados de las pruebas y explicarle que le ha pasado a su hijo. El terror y el pánico están empezando a apoderarse de ella, pero aguanta, lo retiene dentro. Intenta aparentar la misma fortaleza que ha tenido siempre, pero todo aquello es muy duro.
Las enfermeras pasan veloces por delante de las cortinas del box. Parcen atareadas. Caminan con prisa llevando consigo informes, resultados de pruebas, carritos metálicos que transportan varios utensilios de curas y, que al arrastrarlo por aquel pasillo emite un desagradable estruendo metálico.
Los pasillos enmudecen. Un silencio casi insoportable que solo se rompe cuando unos pasos resuenan al final de las cortinas. Al poco tiempo un hombre uniformado con una bata blanca y expresión severa entra en el cubículo en el que madre e hijo esperan impacientes alguna noticia.
-Buenos días- El médico recién llegado tiene la voz muy grave, casi de ultratumba. -Ya tenemos los resultados de las pruebas y, lamento decirles, que no tienen buena pinta...- La expresión con la que había irrumpido hace unos segundos en la sala había cambiado totalmente. Ahora parecía sentir compasión y pena por aquel muchacho que se hallaba tumbado en la camilla y que no puede hacerse una idea de todo lo que se le viene encima y es que, a partir de aquel día, su vida cambiaría para siempre.
-Co... ¿Cómo que no tiene buena pinta? ¡¿Qué le pasa a mi hijo?!- Aquella mujer que había superado tantos obtstáculos sin ni si quiera inmutarse, ahora está rota de dolor, sus gritos ahogados entre lágrimas son capaces de desgarrar el corazón de cualquiera.
-¿Puede salir un momento? Necesito hablar en privado con usted...- El médico se retira y se aleja de aquel rincón. La madre del muchacho le sigue.
-Las pruebas que le hemos hecho a su hijo indican que...- Aquel hombre que parece veterano en su trabajo aún tiene que respirar bien profundo y coger el aire suficiente para dar una noticia como la que tiene que dar. - Tiene un tumor en el pulmón izquierdo...- Y así como el aire había llenado por completo sus pulmones antes de pronunciar aquella frase, que duele como cien mil puñales, ahora sale de golpe en forma de suspiro. Las lágrimas cálidas y con un sabor muy amargo esta vez, ruedan por las mejillas de aquella mujer que no acaba de entender por qué le tiene que pasar a su hijo y no a otro. Pero lo peor no es eso, lo peor es cómo iba a decírselo a su hijo, a su pequeño Àlex, que ahora parece tan frágil e inofensibo sobre aquella camilla de hospital, un hospital donde pasaría muchas, muchas noches.